relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

La tercera de las torres gemelas

Vista aérea de Manhattan en 2001 con las Torres Gemelas
En la historia del siglo XXI hay una obra arquitectónica, concluida en 1973, que tiene un papel protagonista. Esta obra, que se conoce con el nombre de "Las torres gemelas", se componía de un conjunto de edificios, el World Trade Center, en el que destacaban estos dos alargados prismas de base cuadrada, de 62 metros de lado y de poco más de 400 de altura, de color blanco plateado. Pues bien, como todo el mundo sabe, las torres gemelas fueron destruidas por un atentado terrorista el 11 de septiembre del año 2001, en una acción retransmitida al resto del mundo por televisión.
El objetivo había sido elegido por los terroristas por una razón fundamental. Tras la caída del muro de Berlín, que suponía el final de la guerra fría, las dos torres simbolizaban la hegemonía del capitalismo americano, porque en ellas, que eran el WTC 1 (con antena) y el WTC 2 (sin ella), se alojaban oficinas de las más importantes compañías multinacionales y porque, cuando fueron concluidas, en 1973, eran los edificios más altos del mundo, la culminación de una antigua carrera que había comenzado con el zigurat de Babilonia (la Torre de Babel), y que parecía haberse terminado con el Empire State Building (381 m. sin antena), de la misma ciudad de Nueva York, el cual en 1931 había arrebatado al brillante Chrysler Building (319 m), el efímero record (11 meses), conseguido tras superar la máxima altura europea de la famosa Torre Eiffel (300 m. en 1889).
Torres Gemelas. 1973-2001 Yamasaki .Nª York.
Poco le importaban a Bin Laden otros datos relevantes del conjunto como los 50.000 trabajadores que acudían diariamente a trabajar o la originalidad del proyecto del arquitecto, un estadounidense, nacido en Seattle, aunque procedente de una familia japonesa, apellidado Yamasaki. Lo más interesante de su concepción se oponía radicalmente a la de los rascacielos de cristal que Mies Van de Roe había popularizado a partir del edificio Seagram's, ya que, mientras Mies había desarrollado una fachada pantalla de cristal adherida a una estructura interior ortogonal compuesta de pilotes y vigas de acero, Yamasaki planteaba un sistema estructural conocido por el nombre de "tube in tube" en el que la fachada volvía a albergar una enorme densidad de pilares de carga (en concreto 60), lo que liberaba de ellos a toda una gran zona intermedia, que se situaba entre éstos y la otra concentración de pilares (48), en torno a un núcleo central con los ascensores, escaleras y otros servicios. De esta manera, y gracias a que esta separación entre el armazón externo e interno actuaba como brazo de palanca se conseguía disminuir la rigidez del edificio y aumentar su estabilidad, de manera semejante a cómo lo hacemos los hombres cuando separamos las piernas. Con esto no sólo se aumentaba la resistencia del edificio a los terremotos o a la fuerza del viento (hasta 4 m de oscilación en el último piso) sino que, además, la fachada dejaba de identificarse por el color del cristal y adquiría la de la aleación de aluminio que la cubría exteriormente. Y es que Yamasaki planteaba un edificio de ventanas reducidas (45 cm) que no buscaba buenas vistas (al parecer Yamasaki padecía de vértigo a las alturas) y sí una iluminación suficiente, y que se orientaba hacia el interior. Un interior ancho, espacioso, diáfano (sin columnas), que resultaba de la repetición de un sistema de riostras horizontales que servían para unir los elementos de sustentación externos de la fachada con los internos del núcleo.
Con este éxito se generaba otro problema: el del sistema de acceso a las oficinas en ascensor, porque con el aumento de la capacidad de cada piso y con el aumento del número de pisos (110) se había aumentado la capacidad y el movimiento de personas dentro del conjunto. La solución consistió en el invento de dos plataformas de intercambio en los pisos 44 y 78, más la plataforma superior del 107, en donde confluían los ascensores rápidos, que sólo paraban en ellos, con los lentos que paraban en todos los pisos. Así cada torre se dividía en tres partes y el alargado conjunto parecía modularse, también hacia el exterior.
Este intento de someter a la vertical a una proporción con respecto a la horizontal se contradice con la espiritualidad dominante de la altura y nos habla de un interés por la horizontal que no entendió Bin Laden. Para Yamasaki la vertical es la suma de 110 niveles horizontales, de 110 pisos rellenos de hombres libres. Yamasaki era un americano de raza nipona y supo lo que era vivir en democracia en un país, el suyo, que estuvo en guerra contra el país de sus antepasados, el Japón. Bin Laden no entendía nada de eso. Él sólo veía a su enemigo, que era el acero vertical, y para destruirlo pensó en el ataque de un ángel exterminador, un fuego que vino del cielo y que derribó a las nuevas torres de Babel, sin reparar en las vidas que su iluminación se llevaría por delante. Él, eso sí, eligió para el atentado un día 11, para asociarse a sí mismo con el trágico hundimiento de los dos números uno en la enorme bañera del espacio que ocupaban los cimientos horadados por las líneas de transporte subterráneas.
Muerto ya el terrorista, y también Yamasaki, no se me ocurre a quien preguntar por el significado que tuvo para ambos la duplicación, por el sentido que el primero daba a la existencia especular de las dos torres y por las razones que aconsejaron al arquitecto ese proyecto de repetición (asociado a otra serie de edificios de menor tamaño en torno a una gran plaza) y su instalación en el espacio de forma no exactamente paralela, dado que el clon se situaba delante o detrás y dejaba en medio un espacio angosto en el que cabría, casi, una tercera torre. Esa tercera torre fue dibujada por el cable que marcó el camino milagroso del famoso funambulista francés Philippe Petit en 1974 y tan sólo fue habitada por la fugaz caída de los hombres que se tiraron al vacío el 11 de septiembre del año 2001. Esa tercera torre es la única que sigue en el mismo sitio y nadie la podrá derribar porque está hecha de memoria. Esa tercera torre del horror es el legado definitivo de Bin Laden, un legado que se multiplica cada día en internet como imagen de la sinrazón y la muerte, como ejemplo de que el polvo gris del odio prevalece muchas veces sobre la racionalidad y la vida, y como símbolo de los múltiples peligros que acechan desde el infinito a la idea ilustrada del progreso.