Napalm. Detalle de la fotografía tomada por Nick Ut en Vietnam el 9 de junio de 1972. |
Sobre el asfalto aún mojado por la lluvia tropical, destaca la niña del centro de la imagen. Está desnuda y descalza, y nos muestra su cuerpecito esquelético. Tiene los brazos abiertos como un cristo sin cruz o como un espantapájaros que sale oliendo a chamusquina de la nube que ha quemado sus vestidos y su espalda. Ella grita y corre hacia delante, lo mismo que hacen los otros niños: El de delante es un chico con pantalones cortos y camisa blanca. Sus ojos rasgados y sus labios alcanzan la máxima expresividad, la mínima ambigüedad. Es el rostro del desconsuelo, el rostro más lloroso que he visto en mi vida. La niña de más atrás, la que lleva un pantalón negro y largo, también corre descalza y lleva a su hermano pequeño de la mano. El niño con el pelo rapado también está corriendo, pero no lo tiene claro y mira hacia delante con gesto de desconfianza. Y hay, además, otro niño, que está aún más atrás, a la izquierda, detrás del niño de delante, que se gira para ver el fin del mundo y a los cuatro soldados americanos que, ajenos a la tragedia, los han visto pasar a su lado y no han hecho nada por ellos, aunque tampoco les han disparado, a pesar de estar armados. Y hay finalmente, al fondo, justo delante del pueblo, un último soldado, incomprensiblemente tranquilo en la profunda perspectiva, a las puertas del infierno.
Sin embargo, para Ut esta foto es sobre todo un recuerdo muy querido. Trae el rostro de una niña que tenía nueve años entonces y ahora cuarenta y nueve. Él mismo la llevó al hospital americano y, gracias a su intervención, hoy sigue viviendo. Por cierto, ella, que fue el símbolo utilizado por los comunistas para enseñar la crueldad del imperialismo americano, escapó del Vietnam con su marido y hoy vive, porque así lo eligió ella, en California, bajo la espantosa libertad que quemó su piel un día.
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