Los Borbones llegan a
España tras la Guerra de Sucesión en 1714. El primer
monarca Borbón, Felipe V, se instala en el Casón del Buen Retiro y se lamenta de la falta de un palacio como dios manda,
acostumbrado al lujo de Versalles; por eso, cuando se quema el Alcázar
de los Austrias en 1734, el rey decide edificar un gran palacio
en Madrid y se lo encarga al italiano Juvara, que presenta en 1735 un
proyecto de grandes dimensiones con cuatro grandes patios, un inmenso proyecto cuatro
veces más grande de lo que se acabará construyendo en realidad. Lo que se construye
finalmente es un proyecto posterior, realizado por un discípulo de éste,
llamado Sachetti, a la muerte de Juvara en 1736. Bajo su dirección
se comienzan las obras en 1738, una vez que Felipe V decide
definitivamente que el espacio del edificio será
el del antiguo Alcázar y que, por lo tanto, habrá que reducir el
proyecto de Juvara. Los cuatro patios se transforman entonces en uno sólo, y a su alrededor se construye un sólo cuadrado que se refuerza hacia el exterior con cuatro salientes en
sus esquinas, a modo de cuatro torres que no sobresalen en altura,
pero si en superficie. De este modo el proyecto de Sachetti recuerda a las torres del alcázar
y añade una estética defensiva al palacio, que
resultaba anacrónica entonces, aunque, por otro
lado, aumentase su sensación de solidez. El edificio se construye
con piedra caliza y granito y prescinde casi totalmente de la madera,
para evitar un nuevo incendio como el que estuvo en su origen, lo que hace que
el sistema abovedado domine rotundamente.
En alzado, los proyectos
de Juvara y Sachetti difieren en su altura, mayor en el del segundo, que llega a tener seis pisos,
para compensar el menor espacio ocupado y para acomodarse a las
condiciones de la atormentada topografía sobre la que se
instala. Sin embargo, las semejanzas entre ambos dominan, porque el segundo mantiene los rasgos del estilo de su maestro, en especial en la topografía más elevada de
la construcción, sobre la Plaza de Oriente, en
donde se aprecia de manera más intensa la influencia sobre aquel del proyecto de Bernini para Versalles.
En efecto, los rasgos básicos
de este alzado son: Aparejo almohadillado en el primer
cuerpo. Un segundo cuerpo con orden gigante, que incluye dos pisos
con ventanas. Las de abajo se culminan con frontones rectos y curvos, de forma
alterna. En el orden gigante se suceden pilastras de orden toscano, en los entrantes, con
semicolumnas de orden corintio en los sectores salientes, lo que brinda claroscuro y movimiento a la fachada. Finalmente, hay una culminación continua con una balaustrada con estatuas de
influencia berninesca que tan sólo se interrumpe en las decorativas peinetas con escudos en relieve que culminan el intercolumpio central de los sectores salientes. Más allá de éstos, siguiendo la
tradición que proviene del Escorial en los palacios de la
católica corona de España, el elemento más elevado del edificio será
la cúpula, que marca el lugar de la capilla, en el centro de la fachada septentrional.
En el interior del palacio, como en Versalles, domina la decoración rococó, el recargamiento
decorativo barroco, el gusto por las rupturas de gloria pintadas en los techos (Tiépolo) y la exhibición de la riqueza de los
mármoles del neoclásico del siglo XVIII. En el exterior se manifiesta también la influencia del conjunto francés y de sus aristocráticos modos de vida, en el interés por rodearse de jardines. A los jardines del Campo del Moro, hacia el Manzanares, se añaden hoy los de Sabatini, al Norte. Un conjunto, sin embargo, tan pequeño que expresa de forma clara la distancia de grandeza y de poder que existió entre las dos ramas de los Borbones... Los nuestros han habitado
el edificio, que ha tomado el nombre de Palacio de Oriente por su
localización sobre el límite
oriental de la ciudad en el río Manzanares, y lo han llenado
de sus historias de amor y desamor. Los monarcas que lo ocuparon
cambiaron salas, mobiliario, decoración, para que su ambiente
interior pareciese París, Londres o Roma, hasta que Alfonso
XIII lo abandona. Hoy en día, aunque el palacio sigue siendo patrimonio
real, ya no está habitado. En sus habitaciones con espejos de rocaille, arañas de cristal y leones dorados, sólo quedan las historias de los reyes del pasado. Unos reyes que salían y volvían a palacio a cualquier hora, pues vivían y dormían en el centro de Madrid, unos reyes noctámbulos y juerguistas que han rodeado al palacio de chistes alusivos a encuentros de la realeza con borrachines simpáticos. Historias de reyes de carne y hueso como han sido los nuestros. Historias del Palacio de Oriente.
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