relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

2001. Una odisea en el espacio.

Son muchos los que, habiendo leído el cuento de Arthur C. Clarke que dio origen a la más famosa de las películas de ciencia-ficción de Stanley Kubrick, "2001. Una odisea en el espacio", deducen que la historia incluye la intervención de los extraterrestres. Es cierto que en el relato de Clarke ("El centinela", publicado en 1951) y en la novela que escribe al tiempo que actúa como guionista (el estreno se produjo en 1968) fueron los extraterrestres la inteligencia superior que había dejado los conocidos monolitos, aquellos que en las distintas partes de la película ponían en funcionamiento el mecanismo de la evolución del hombre. La película, sin embargo, suele ser una obra diferente a la que hay que juzgar por lo que dice o muestra y, la verdad, si dejamos a la película sola, los extraterrestres no aparecen.
La película, en efecto, se divide en cuatro partes. Son las siguientes:
1º- La que sucede en la tierra, en los momentos finales de la era terciaria, cuando surgen los hombres de entre los simios.
2º- La que sucede en la luna, en donde vuelve a aparecer el monolito ante unos astronautas terrestres del siglo XXI.
3º- La del trágico viaje hacia Júpiter, del que sólo quedará un único superviviente.
4º- Una habitación de estilo dieciochesco en la que, tras el súbito envejecimiento del personaje, se produce el último paso en el camino de la evolución, que se representa a través de un feto, con los ojos abiertos, que mira fijamente hacia tierra. Con él y bajo el fondo musical de "Así habló Zarathustra" de Richard Strauss, que había sonado ya en el primer paso evolutivo de la 1ª parte, se acaba la película.  
El ojo de Hal. Detalle de un fotograma de la película
Las obras de Kubrick y Clarke tienen en común el hecho de que la evolución se produce siempre asociada a la aparición de monolitos, pero su origen es algo que al cineasta no le interesa. Ese no es su problema. Lo que le preocupa es otra cosa más importante: El destino del hombre.
Según se nos muestra al final, el siguiente paso en nuestra evolución será ese ser con los ojos abiertos, ese ser sabio y consciente que podemos ver en el citado fotograma, que concluye la obra y que aparece también aquí arriba, introduciendo este artículo.
Para entender bien esta imagen interesa conocer que, según nos cuenta el propio Kubrick, su intención era evitar que la primera parte de su película estuviera interpretada por actores disfrazados de mono. Él pretendía que los actores tuvieran la apariencia del Pithecánthropus Pekinensis, el fósil humano que acababa de ser descubierto en China con la ayuda del Padre Teyllard de Chardin. Sin embargo, los problemas con la censura que hubieran resultado de un rodaje con actores desnudos impidieron el proyecto y llevaron a que esta primera parte se hiciera con "simios humanizados". Pues bien, este mismo Padre Teyllard fue el autor de una teoría de la evolución que estuvo muy vigente en los círculos progresistas católicos de la época. En ella, el Padre teólogo y paleontólogo planteaba un proceso evolutivo regido por la "ley de complejidad conciencia", que concluía con una idea semejante a la que Kubrick apuntaba. En consecuencia, plantear que Dios podía estar detrás de los monolitos no resultaba entonces muy contradictorio.
Los poquitos que hoy en día defienden esta hipótesis, sin embargo, padecen de la misma enfermedad que los que defienden la teoría de los extraterrestres, inspirada en los relatos de Clarke. Frente a ambos, yo repito que, en la película, no se habla ni de lo uno ni de lo otro porque el director rechaza plantear esta cuestión (si hubiera querido hacerlo, nada se lo hubiera impedido) y resalto, además, que lo que sí se muestra es el sentido del futuro de la evolución humana, un futuro también asociado a la presencia de ese extraño principio material que lo liga con la historia del hombre, y un futuro que se condensa en la imagen del niño que mira a la tierra. De este modo Kubrick es capaz de iluminar nuestro destino como especie consciente en medio del universo.

La Gloria

Pantocrátor. Fresco. San Isidoro León.  
Mausoleo de Galaplacidia. S V. Rávena
La Gloria, ese mundo celeste en el que los santos esperan cantando himnos y contemplando a Dios, es una representación religiosa tradicional que se asocia a las creencias del cristianismo. Por eso, desde que nuestra religión admite la representación del dogma, en el arte paleocristiano, surge ya una representación de la Gloria bajo la forma de un cielo relleno de estrellas, que rodea al símbolo divino del Crismón (anagrama de Cristo), enmarcado por el círculo de la eternidad, o al símbolo dorado de la cruz, tal y como lo contemplamos en el llamado Mausoleo de Galaplacidia en Rávena, justo en el centro de la cruz griega de su planta.
La Maestá. Duccio. Temple sobre tabla. Catedral de Siena
En los Beatos, que son manuscritos mozárabes del siglo X, y también en las portadas en piedra del románico, de después del año 1000, y en sus ábsides pintados al fresco, la representación simbólica de la divinidad se asocia al Pantocrátor de origen bizantino (Cristo sentado en su trono bendiciendo y con el libro) con el Tetramorfos (símbolo de los cuatro evangelistas), la mandorla (símbolo de lo eterno) y la bóveda celeste con el alfa y el omega (principio y fin de todas las cosas). El cielo suele aparecer junto al infierno en el tema del Juicio final, que es frecuente en muchos tímpanos. En ambos se incluye la figura humana, de manera que en el cielo lo común será una representación de los santos ordenada en filas y a menor escala que la del Pantócrator y el Tetramorfos, como sucede en el famoso Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela.    
Adoración al Sº Sacramento. Fresco. 770 cm. Rafael. Stanza della Segnatura. Vaticano. Roma.
Transfiguración. óleo. Rafael. Mº Prado. Madrid.
El gótico, que identifica a la luz de las vidrieras con la divinidad, continua por los mismos derroteros cuando representa a la Virgen sentada en un trono con el niño y santos (Maestá) sobre un fondo de pan de oro. Por lo tanto, el símbolismo del color de la divinidad cambió desde el azul del cielo románico hasta el luminoso dorado solar del arte gótico.
En el renacimiento la representación de la Gloria, olvidada en el mundo espacial y corpóreo del Quattrocento (Sagrada Conversación), se torna un problema de perspectiva. La cuestión es confiar en la eficacia de una imagen que debe de mezclar la perspectiva frontal del acontecimiento religioso que se ilustra y la perspectiva baja de los ángeles, los Santos y del Cristo redentor, que descansan sobre una masa de nubes cartilaginosas, casi sólidas. Así lo hace Rafael, en el Pleno Renacimiento, en su Adoración al Santísimo Sacramento, que forma pareja con la Escuela de Atenas en la Stanzia de la Segnatura del Vaticano.
Asunción. Óleo. Tiziano. S M Frari. Venecia
Triunfo de la monarquía. Fresco. Tiépolo. Pº Oriente. Madrid
Luego Tiziano en su Asunción de la Virgen de la iglesia franciscana de Santa Mª dei Frari de Venecia recuerda el dorado del gótico e introduce al conjunto de los apóstoles, abajo, y al de la virgen (arriba) bajo una común perspectiva baja. Después, el último Rafael de la Transfiguración añade un foco de luz celeste a un medio inferior, casi nocturno, para poder hacer evidente el origen del milagro, conectando así los dos niveles, y Miguel Ángel incluye la fuerza del movimiento ascendente y descendente en los cuerpos de su Juicio Final del testero de la Capilla Sixtina. De ellos aprende el Greco para las rupturas de gloria que podemos ver, por ejemplo, en su Martirio de San Mauricio del Escorial o en su Entierro del Conde Orgaz de la iglesia de Santo Tomé en Toledo.
Las bóvedas barrocas de las iglesias romanas, con alegorías relativas a la iglesia contrarreformista, pintadas por Pietro de Cortona, Gaulli o por el padre Pozzo (s XVII), y el fresco del salón del trono del palacio de Oriente de Madrid, pintado por el veneciano Tiépolo (S XVIII), insisten en el tema de la Gloria, como manifestación del triunfo de la Iglesia Católica o de la Monarquía española, y profundizan en el planteamiento perspectivo de renacimiento por el forzado trompe l'oeil o tampantojo de su bajo punto de vista que parece hacer flotar a las figuras. Con estas obras enormes, además, se cierra la historia de la representación del tema, al tiempo que la Edad Moderna se termina. 
En efecto, con el Neoclasicismo el arte contemporáneo se olvida de las creencias y anula la representación de La Gloria. Desde entonces, a pasar del movimiento rehabilitador del Gauguin simbolista en su etapa europea, el cielo es cielo y la luz, luz, aunque estos, por obra y gracia del sentimentalismo romántico, aparezcan casi siempre con la carga de una herencia trascendente, cuajada de poesía.