En Rávena, ciudad al Norte de Roma, se construye la nueva capital y allí se residencia el emperador y su corte hacia el 400 d de C. El Imperio romano es entonces una ficción política, mantenida con mucha diplomacia y con la escasa fuerza de un magro ejército que se enfrenta contra algunos pueblos bárbaros y se alía con el resto. Tras la muerte de Teodosio, nace el imperio romano de occidente para desaparecer poco después (476). Gracias a él, el imperio romano es ya un imperio cristiano en el que el poder imperial y el papado están asociados.
Entre los grandes personajes de la época, figura Gala Placidia, hija del emperador Teodosio (que inicia la asociación iglesia-imperio al hacer de la religión cristiana la oficial del imperio), hermana del emperador Honorio (fundador de Rávena y primer emperador del Imperio romano de occidente), esposa de Ataulfo (rey de los visigodos) y del general romano Constancio, y madre del siguiente emperador Valentiniano III. Ella además de influir en política, interviene en las interminables querellas cristológicas en torno al dogma de la Santísima Trinidad y construye la basílica de Santa María la Mayor, en Roma, y el hoy llamado oratorio de San Lorenzo, en Rávena, (hasta casi ayer mismo Mausoleo de Gala Placidia).
Este último edificio nace adosado al nartex (vestíbulo de acceso a los pies, reservado a los catecúmenos) de la basílica de la Santa Cruz, hoy desaparecida, y contiene varios sarcófagos paleocristianos, añadidos posteriormente, que hicieron pensar en que el edificio era un mausoleo, a pesar de que su planta de cruz griega (dos brazos que se cruzan de la misma dimensión) se acomodaba más a la hipótesis de que fuera un oratorio construido bajo la advocación de San Lorenzo, ya que, como justificación argumental, el edificio cuenta en su interior con la representación del santo diácono, ante su símbolo (la parrilla), vestido de blanco y con la aureola dorada de santidad y la cruz de Cristo.
Este oratorio de hacia el 450 y de poco más de 10 m de dimensión, marca la transición del arte paleocristiano al arte bizantino del siglo VI y es un edificio oscuro y totalmente abovedado con hormigón, que utiliza bóveda baída para cubrir el cimborrio cuadrado del tramo del crucero y tiene bóvedas de cañón en las naves. Se comenta el contraste entre la riqueza de su interior y la pobreza de su exterior. Su exterior es de ladrillo, pobre, que recubre el interno hormigón (opus testaceum) y se decora con arcos ciegos de medio punto y con un frontón. Los frontones que rematan la parte superior de los frentes en los que acaba el tejado a dos aguas de cada una de las naves, expresan que el edificio es un templo. El interior, por el contrario, expresa la opulencia de la iglesia y el imperio, porque está forrado de mosaicos de teselas en sus bóvedas y de placas de mármol en su zócalo inferior.

Sus mosaicos utilizan símbolos paleocristianos como la cruz (redención), el tetramorfos (los cuatro evangelistas), el Crismón (monograma de Cristo), las palomas blancas bebiendo de la fuente de la gracia, los apóstoles realizando un signo de reverencia (brazo levantado) hacia la cruz de origen aúlico, San Lorenzo, identificado por la dalmática, los libros y la parrilla, etc. Junto a ellas hay fórmulas decorativas clásicas como los roleos simétricos en candelieri, fajas de meandro o de ondas en curioso escorzo, que delimitan las bóvedas, inspiradas tal vez en fórmulas aprendidas en tejidos de origen oriental, y unas hermosas estrellas sobre fondo azul. Además, es frecuente el sincretismo religioso, es decir, la síntesis o mezcla de símbolos paganos y cristianos, como sucede con la representación del mito de Orfeo y su interpretación a partir de los textos sagrados que lo convierten en “El buen Pastor”, por llevar la aureola dorada circular de santidad y la cruz de la victoria, como el uso de la concha de la fecundidad de Venus, sobre las ventanas del cimborrio, o como el frontón del armario de San Lorenzo, que concede carácter religioso al texto de los cuatro evangelios.

El mensaje trascendente, sin embargo, está en el centro, en el tramo del crucero. En una época tan llena de herejes (arrianos, nestorianos, monofisitas), en la que los enfrentamientos teológicos parecen encubrir graves tensiones políticas, el arte se vuelve símbólico. El símbolo representa el dogma. Es mejor no especular con las imágenes. Por eso en el centro geométrico está el símbolo indiscutible, la cruz de la salvación, una cruz dorada que nos habla de su majestad, de su realeza, y de la advocación de la basílica a la que se adosó el edificio, la misma cruz que tiene el Buen Pastor y San Lorenzo. La cruz emerge de la noche, rodeada por cientos de estrellas. Su dorado es la luz que nos ilumina en la oscuridad. En los márgenes, el tetramorfos de los cuatro evangelistas, nos dirige la mirada hacia la verdad revelada. En este contexto, el azul del edificio se manifiesta como un mar espiritual que nos arrastra hacia la cruz. En el centro está la salvación.