relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

Arquetipos


Efebo de Maratón. S IV a C. Bronce. Museo arqueológico de Atenas.
Diadumenos. Policleto. 440 a C. Museo del Prado        Gemelo Riace. Bronce. Mº Reggio s V a C
Los escultores de Grecia intentaban ser perfectos. Buscaron a los mejores de entre los hombres, pensaron en la idea de belleza como resumen del bien, como síntesis de las formas y de las mejores cualidades humanas e inventaron los arquetipos. Los arquetipos eran modelos de belleza masculinos. Llegaron a ellos después de un largo proceso que incluye a la época arcaica y clásica entre los siglos VIII y IV A.C., en el tiempo en el que investigaron en las formas de la anatomía masculina y en los cánones distintos que mantenían los individuos en las distintas fases de la vida.

Al final, en la época clásica de los siglos V y IV A.C., fijaron tres arquetipos:
El primero fue el del efebo, adolescente que mira con curiosidad hacia delante con los ojos expresivos de quien explora el futuro.
El segundo, el más famoso, fue el del joven en su plenitud, a partir de los kouroi arcaicos. Lo hicieron seguro, equilibrado y sereno, consciente de su fuerza y de su belleza seductora.
El tercer arquetipo fue el del hombre maduro con los músculos tensados por el esfuerzo, con la barba larga y un rostro concentrado y terrible en el que afloran las primeras arrugas.
Muchas veces me pregunto por las razones que llevaron a los griegos a olvidarse de los niños y de los viejos. En efecto, como muestra con claridad el niño Dionisos del Hermes de Praxíteles, los griegos no contemplan la necesidad de construir arquetipos infantiles. Por eso, salvo en excepciones como la citada, habrá que esperar a que la época helenística contemple la realidad para que aparezcan representados éstos, y también los ancianos, en sus obras. Para el arte griego clásico, por lo tanto, el principio y el final de nuestra vida no interesaba, tampoco interesaba el proceso. Sólo interesaba la plenitud.
Los arquetipos griegos son tan perfectos que nos parecen inalcanzables, tan lejanos que parece que vivieran en un mundo diferente, vestidos con su desnudo y su falta de pudor. Sin embargo, no es su canon o el brillo de su perfección física lo que más se aparta de nosotros. Si los miramos mejor y los pensamos un poco, es su ausente expresión ensimismada, es su falta de pasiones, la limpieza de su mirada noble, reflexiva, sin doblez, la mirada racional de confianza que se opone a la de la severidad religiosa del hieratismo arcaico, lo que más les caracteriza. Nosotros somos mortales, individuos vulgares sometidos a mil pasiones y vicios que afloran irremediablemente a nuestros ojos y ellos, en cambio, no sufren ni se inquietan. Disfrutan por el contrario de la gloria del éxito de los héroes olímpicos que los acerca a la esencia de los dioses desnudos, esos entes que viven en el mundo platónico de las ideas en donde todo, ellos también, es perfecto.   

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