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El profeta. Gargallo. Detalle |
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El profeta. Gargallo. 1933. Mº Reina Sofía. |
Un profeta es sobre todo una voz que clama en el desierto, es la voz de un hombre que está sólo, de un hombre que sabe y que afronta con decisión la necesidad de hablar, la necesidad de contar su verdad. Sus palabras son todo lo que tiene. Por eso su brazo y su vara o bastón se elevan del suelo con cierta violencia, por eso abre sus piernas y busca un amplio apoyo para su cuerpo de hombre, vestido con cuatro harapos. Su cuerpo parlante está contando su verdad, y la verdad necesita que el cuerpo acompañe a las palabras, por eso, también, su cuerpo está lleno de huecos. Esos huecos, esos vacíos, no son facetas cubistas, no son volúmenes sugeridos, son palabras dirigidas a la invasión del mundo, son palabras que salvan el alma y curan o matan con sangre, aires nuevos de libertad y justicia para los hombres o argumentos de museo que conservan las ideas que se hunden sin remedio, razones abiertas o dardos que hieren inevitablemente como lanzas agresivas de una penitencia necesaria, palabras perdidas que parten del círculo de su boca y que rompen los tímpanos del horizonte... Su cabeza hierve bajo los voluminosos rizos y sobre la barba poblada. Los rizos son como oleadas de pensamientos, un tsunami que parece que se extiende a los harapos, esas formas que recuerdan a las ruedas dentadas de los relojes y que sirven como marco o como molde animado para el gran hueco del tronco... El cielo, seguramente, se estremece ante la fuerza del profeta. Él nos riñe por no ser, por no entender, por no escuchar su verdad perdida... Su mensaje no necesita traducción y es doloroso. Nos advierte de algo terrible, de eso no hay duda. Él es algo más que un loco solitario, algo más que un anciano de largos cabellos... Él tiene la terribilitá del Moisés de Miguel Ángel y el volumen cubista sugerido por sus planos cóncavos y convexos que transforman al profeta en la imagen radiográfica de sí mismo, él tiene el gusto modernista por la línea curva y una sólida red de equilibrios canónicos, él intenta dejarnos muy claro sus pensamientos... Él tiene el imponente aspecto de sus 2,30 metros de alto y del metálico material que lo compone (hierro fundido). Miradle, es el profeta del aragonés Pablo Gargallo... Una figura que su autor nunca pudo ver en la forma que tiene hoy en el Museo Reina Sofía de Madrid, porque la escultura sólo se fundirá después de que el escultor haya muerto en Reus, en 1934, un año más tarde de que Gargallo terminase su molde. En aquellos años el cubismo ya se había pasado de moda. Sus anteriores planchas cubistas facetadas y soldadas con la soldadura autógena de Julio González (el arlequín o la la bailarina, por ejemplo) nos hablaban de una voluntad tardía de incorporar la figura humana a aquella estética, después de hacer ensayos con rostros máscara. Sin embargo, en un mundo en el que triunfa ya el surrealismo de Lorca y de Dalí, el planteamiento formalista del cubismo había perdido sentido. Por eso, tal vez, el profeta fue un extraño testamento expresionista de Gargallo, como también lo será tres años más tarde el Guernica de Picasso. Expresionismo intenso, pero también contenido. Miradle bien, ¿no os parece que finalmente el Moisés se ha levantado?
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