relatos con arte
Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.
Un pequeño Versalles en Madrid
Ante la esfinge
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Esfinge de Gizá. Hacia el 2500 a C. Piedra caliza tallada in situ y sillares. 73 metros de largo por 20 de ancho y 14 de alto. A 20 km de El Cairo. Egipto. |
Rascacielos de cristal
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Rascacielos Seagram. Mies van der Rohe. Hormigon armado y cristal. 1954-60. Park Avenue. Nueva York. |
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El peine del viento
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El peine del viento. Eduardo Chillida. Acero fundido. 1977. San Sebastián |
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El peine del viento.Chillida. Acero. Detalle |
Los dedos peinan al viento, ¿no los oís, si hay galerna? Chillida lo entiende bien. Sabe que lo que miramos son los dedos de la mano de Plutón o bien del airado Vulcano que pugnan por sobresalir del reino de las profundidades. Al fondo hay más dedos clavados. Son dedos que tocan al viento, que lo peinan sin querer y que a veces lo hacen llorar, si sopla con violencia. Son líneas de grueso acero que Chillida añade al paisaje trabajando en su taller con las luces de los hornos de Vulcano: Tres líneas como el tridente de Neptuno, o cuatro curvas perdidas, rotas o descoyuntadas por un dolor recurrente.
Según la mayor parte de sus admiradores, Chillida elije el paisaje e instala sus hierros en él para contarnos la historia de Vulcano, que sigue buscando en las olas el aroma de Afrodita, o para mostrar el lugar en donde se hundió Proserpina en la carroza infernal... Para otros, sin embargo, no es Chillida quien elije, sino que es el paisaje parlante el que llama al escultor en busca de algún acento o de un subrayado de acero...
Las obras de Eduardo Chillida no son obras múltiples e intercambiables, no son ideas abstractas. Son elementos añadidos al paisaje. Suelen ser edículos del tiempo de un tamaño monstruoso, respuestas al enigma de la esfinge, pensamientos integrados en plena naturaleza, obras que fuera del sitio para el que fueron concebidas dejan de ser lo que son: Un soplo difuso de vida, la huella de un escultor en un paisaje cualquiera.
Construir la democracia
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Congreso Nacional de Brasil. Oscar Niemeyer. Hormigón. 1960. Brasilia. Brasil |
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Congreso Nacional. Niemeyer. 1960 |
En conclusión, el edificio sirve a la democracia y nos habla de ella. Según sus planteamientos, las ideas de las leyes que se crean en las dos semiesferas, en la racional geometría de su mundo ultrasimétrico, brotan de un mundo inferior, de una geología irrepetible. Con ellas se eleva hacia el cielo un Hombre nuevo y fecundo, dos grandes prismas de base rectangular, conectados a la altura de su vientre en el mismo centro de la nueva capital de un país, cargado de esperanza.
Un mártir de la revolución
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La muerte de Marat. Jacques-Louis David. Oleo sobre lienzo. 1,65-1,28 m. 1793. Real Museo de Bellas Artes de Bruselas. |
Sin embargo, a pesar de presupuestos tan explícitos, David no podía romper con el pasado totalmente. Hay que inspirarse en él, porque no venimos de la nada. Por eso el autor no duda en rendir homenaje al Caravaggio, en el que busca el brazo muerto, que encuentra en el del protagonista del "Entierro de Cristo", y también esa luz tenebrista que llena de penumbra el fondo por donde parece escaparse la vida del héroe. Su arte necesita del pasado para hablar del sacrificio, porque también es un arte propagandístico, un arte que no ha de temer ocultarnos que el muerto era el principal responsable de las listas de guillotinados, que su casa era más rica y que su cuerpo era más viejo. Su arte nos miente al decir que el muerto era pobre y generoso o inocente, pero no tenía otra opción si quería que ascendiese a los altares y movernos a la compasión y a la nostalgia del mártir.
La ceremonia de la canonización de Marat no se hizo esperar. Tan sólo tres meses después, David presentó su obra a la Convención y ésta lo instaló en su nuevo templo revolucionario: El Museo del Louvre... Lo que tal vez no sabía el pintor es que los mártires nuevos tienen menos duración que los antiguos. Marat salió pronto del museo para volver a manos del pintor y luego, derrotados Napoleón y la revolución, en 1814, ambos tuvieron que emigrar a Bruselas. Allí se ha quedado el Marat. En política, el martirio es una efímera flor.