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El geógrafo. Vermeer. Stäldelsches Kunstinstitut |
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Bodegón: Pieter Claesz. Museo del Prado |
En el barroco de los Países Bajos la pintura de género o de la vida cotidiana tiene un especial desarrollo. Al mirar las pinturas holandesas se contempla que sus antecedentes, que son los ambientes rurales pintados por Pieter Breuguel en el siglo XVI, se van a ver transformados en interiores burgueses como los que pinta Jan Vermeer Van Delft en el siglo XVII. Según esto, el barroco holandés es, por lo tanto, esencialmente burgués. Por eso, sus pintores nunca se olvidan de comunicar el rango social de los que compran y son retratados en ellos. Los vestidos, el mobiliario, la decoración y las actividades que se realizan dentro sus casas marcan la dignidad de los personajes que pagan. Por eso, no hay ninguna carga crítica, todo lo contrario. La burguesía exhibe la satisfacción de su éxito, su exquisita educación, sus preocupaciones... Lo mismo sucede, también, con los bodegones. Son exuberantes. Mucha comida, pescado, caza, frutas lejanas (naranjas y limones mediterráneos) y por lo tanto caras, con el valor añadido del transporte, junto a los platos y cubertería de plata, elegantes vasos o recargadas copas de cristal veneciano o de Bohemia, vinos blancos o tintos, manteles de lino...
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Bodegón: Sánchez Cotán. Museo BBAA Granada |
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Niños comiendo uvas y melón: Murillo. Pª de Munich |
En el barroco del sur de Europa, por el contrario, sigue dominando la aparatosa pintura religiosa. Cuadros grandes, cuadros de altar, de retablo, cuadros de iglesia, aunque, siguiendo la influencia de los nuevos temas del norte, no dejen de aparecer ejemplos aislados de los mismos géneros de la pintura holandesa en el pequeño formato que era allí característico. Sin embargo, esta nueva pintura refleja desde el primer momento una sociedad radicalmente distinta. Así es. Las naturalezas muertas de Sanchez Cotán y de Zurbarán son pobres. Frutas y verduras sencillas como el cardo, junto a las uvas y el pan (que sirven para aludir a la eucaristía), y vasos cerámicos o de metal austeros, nada lujosos, yuxtapuestos... En lo que se refiere a las pinturas de género, que es una temática aún más excepcional que la primera, sucede algo semejante en la primera mitad del siglo XVII, con Ribera (El niño zambo), y a mediados de siglo con los niños de Murillo. Estos niños son vagabundos y pobres, y se comportan como si la pobreza fuera menor si va acompañada de la juventud. Son niños que sonríen a pesar del hambre y de los harapos, niños que juegan entre las ruinas de las calles de Sevilla y que sobreviven, invadidos por las pulgas y rodeados de miseria, niños que comen frutas sencillas o camarones y que no se quejan de su suerte.
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Bodegón: Zurbarán. Museo del Prado |
En la España barroca del Siglo de Oro se produce un enorme declinar económico, una gran crisis con hambres y con epidemias. Las consecuencias de esta realidad desagradable afloran en el realismo caravaggista de estos cuadros, pero el amable ambiente de las sonrisas infantiles que olvidan conscientemente el enorme sufrimiento de la pobreza, tal vez porque el sufrimiento se consume enteramente en los temas religiosos, nos habla también de nuestra hipocresía, de la España que exhibe sin vergüenza su pobreza, como si fuera algo necesario y divertido, de la España de pandereta de los que miran sin ver, de los que proclaman que "España es diferente" para no tener que pensar en la pobreza ajena como un problema social del que, en alguna medida, todos somos responsables.
Enrique Valdivieso dice en sus estudios sobre Murillo que sus cuadros de género no tuvieron normalmente compradores sevillanos. Ya en el siglo XVII, fueron los comerciantes extranjeros que pululaban por la Casa de Contratación los que los compraron y vendieron en los mercados europeos. Por esta razón son pocas las obras de Murillo de este tema que se encuentran en Museos españoles. Por lo mismo Murillo entra de lleno en el origen de la difusión de ese lema reaccionario del: "España es diferente". Su miseria es diferente y también lo es la forma complaciente en la que la percibimos y la asumimos como nuestra.
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