En "el espíritu de la colmena" (1976), Victor Erice nos cuenta la historia de una niña que alimenta su pensamiento con la fuerza del amor de Frankestein. En la pobre y rural España de la posguerra, las imágenes del cine construyeron una realidad virtual digna y emotiva. La niña protagonista, fascinada por el monstruo, se escapa de la triste realidad de aquellos años y se refugia en el cine.
Las historias se cuentan en el cine con tanta verosimilitud que ocupan nuestras mentes con mucha más intensidad y eficacia que las imágenes de la angustiosa realidad que nos rodea. Como la niña de Erice, preferimos la mentira del arte a la infame realidad, porque el arte nos entrega unos sentidos coherentes, porque lo que pasa se comprende, si uno ve y escucha lo suficiente, y porque el arte mantiene la idea de la belleza y el culto a lo acabado, a lo redondo, a lo bueno. Todo lo contrario nos sucede cada día con la mediocridad de nuestra vida, con esas sorpresas imprevistas, con la inmensa variedad que nos rodea. El arte sirve para modelar el infinito, para intentar resumir y concretar la masa informe de la realidad y para darle un nombre y conectarla con la inmensa cadena del tiempo.
Teniendo en cuenta sus grandes responsabilidades, el arte, además de pensar en el sentido verdadero de las cosas, reflexiona cada vez con mayor fuerza sobre las trampas que conlleva la creación y sobre el lenguaje que utilizan los artistas para decir lo que dicen, a pesar de que, como dijo Orson Wells en "Fake", en el arte, en realidad, todo lo que sucede no es más que una gran mentira.
http://www.youtube.com/watch?v=j7lCSR4hF4s
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