relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

La leona herida

Cacería de leones. Bajo relieve en piedra procedente del palacio de Nínive. Siglo VII a C. Museo Británico. Londres
El arte mesopotámico cumple una función semejante a la del arte romano. Es pura propaganda política. Es un arte de palacios con relieves que nos narran el poder de los reyes o de los sacerdotes que los construyeron. Como los reyes practicaban la caza, no resulta nada extraño el que éstos aparezcan lanzando sus flechas al rey de los animales, al mismo león que hoy en día conocemos por los reportajes de la segunda cadena de la tele de los parques de Kenia y de Tanzania... Pues bien estos mismos felinos, tan fieros y tan poderosos, existieron también en Mesopotamia el siglo VII antes de Cristo, cuando Asurbanipal dominaba en el Imperio Asirio, tal y como nos los muestran los hermosos bajorelieves en piedra de la ciudad de Nínive, al norte de Mesopotamia, que se pueden visitar en el Museo Británico de Londres. Si contemplamos esta importante colección, que sirvió como decoración de los zócalos del palacio, nos daremos cuenta de que los leones eran encerrados previamente en jaulas, para poder proceder un día a esa espectacular suelta en la que el rey se enfrentaría con ellos y los mataría sin piedad. De ese modo, con este ejercicio festivo, sanguinario y salvaje, los reyes pasarían a la historia como monarcas temibles y valientes, como poderosos guerreros capaces de salir triunfantes de una caza dirigida en exclusiva contra el más fiero y peligroso de los animales.
Leona herida. Bajo relieve en piedra procedente del palacio de Nínive. Siglo VII a C. Museo Británico. Londres
De este conjunto de relieves hay un trozo que nos llega al corazón. Representa a una leona herida que nos muestra su noble fiereza. Su cuerpo se acomoda en parte a la ley de la frontalidad, porque está visto por completo de perfil. Sin embargo, a pesar de la convención, la hembra salvaje no ha perdido ni un ápice de expresividad y realismo. Las líneas que recorren su anatomía nos la describen con enorme corrección, aunque no con minuciosidad. Las proporciones de su cuerpo son casi canónicas. Vemos la potencia de sus músculos y que la dimensión de sus garras no es cosa de broma. Vemos, además, que está muy malherida. En efecto, dos flechas certeras han cruzado su columna vertebral y la llenan de impotencia. Vemos los chorros de sangre manando de las heridas. Sus patas traseras se han inmovilizado y se arrastran inertes por el suelo, que es sólo una línea casi horizontal, mientras su mitad delantera, bajo su cabeza, está viva todavía. Las patas aquí están tensas, se separan, intentando mantener por un instante su altiva dignidad, y su hocico, de perfil, ruge en un gesto eterno que nos asusta y conmueve. La leona está a punto de morir. Lo intuimos. Pero admiramos, también, su orgullo y su valentía. La muerte no le impresiona. Sabe que el fin ya viene, que está ahí, pero lucha con fiereza para demostrar por qué es la reina. Entendemos qué es lo que está pasando. Que sus ojos se están poniendo blancos y se fijan en un punto impreciso del horizonte y que se le marcha la vida. Nos ponemos en su lugar y pensamos en la muerte, en el heroísmo y en la enorme belleza de su cuerpo y de su lucha. Por eso nos emocionamos y nos gusta contemplarla y quisiéramos rugir con ella y, tal vez, acariciarla.        

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