relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

La fachada de la catedral de Burgos

Fachada de la Catedral de Burgos. Siglo XIII y siglo XV.
Tal vez por influencia de Notre Dame de París, a los pies de las catedrales góticas clásicas del siglo XIII se construye una fachada que tiene tres calles y cuatro o cinco cuerpos y una forma de H, al incluir dos torres campanario mochas (planas) delante de las naves laterales y una calle central intermedia, que aparecen delimitadas por contrafuertes y culminadas por pináculos o agujas.
Por eso, el cuerpo inferior de la fachada tiene siempre tres puertas abocinadas (que aquí, en Burgos, fueron desmontadas en el siglo XVIII y han sido rellenadas de elementos añadidos posteriormente, como ese frontón sobre el dintel de la puerta del centro, llamada también Puerta Real o de la Virgen).
El  segundo cuerpo o claristorio incluye dos ventanales bajo arcos apuntados en las calles laterales y un gran rosetón, alojado bajo otro arco apuntado y decorado con una tracería que parte de la estrella de seis puntas o sello de Salomón.
El tercer cuerpo es una arquería que alcanza un especial juego decorativo en la calle central, sobre el rosetón, en donde la tracería de cuadrilóbulos sirve como marco de una galería de estatuas (la de los ocho reyes de Castilla que preceden a Fernando III el Santo, el rey que conquista Sevilla y es soberano del lugar en los tiempos de su construcción).
Una tracería con una inscripción y una pequeña estatua culminaba la calle central en el siglo XIII, mientras en las laterales un cuerpo hueco más, rematado por una balaustrada y con dos arcos apuntados en cada frente, semejantes a los del cuerpo inferior, conducía a la terraza superior de las torres mochas. En sus extremos, las torres estarían delimitadas por pináculos, que serían como lanzas de unos guardias invisibles, plantados en cada una de las cuatro esquinas de las dos torres y subrayando el sentido ascensional del gótico hacia el cielo.
Sobre éstas, en el siglo XV, una arquitecto alemán, Juan de Colonia, en el estilo decorativo del  gótico final, superpone dos chapiteles calados de base octogonal y forma de pirámide, que elevan el conjunto por encima de los setenta metros sobre el suelo.
Los chapiteles calados expresan la citada ambición ascensional del gótico. Una ambición que coincide con la idea de las torres, esos prismas de base cuadrada, alargados, que parecen seguir el camino de los alminares islámicos. Las torres son campanarios y las campanas nos llaman a la oración, lo mismo que los alminares. Tal vez, durante el costoso cerco de la ciudad de Sevilla, en 1248, el rey santo contempló muchas veces la alta torre que acababan de terminar los almohades y pensó que Burgos tenía que llegar tan alto como ella. No era lógico que el pueblo conquistado pudiera estar más cerca del cielo. Por eso, me imagino, son tan altas las torres de Burgos y por eso, dos siglos después, Juan de Colonia le añade esos dos chapiteles huecos, que son sombreros de piedra y pirámides de luz en los que el sol se detiene y dibuja hermosas sombras.

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