|
Santo Entierro: Grupo para el sepulcro de fray Antonio de Guevara. Juan de Juni. 1540. Madera policromada. Museo Nacional de Escultura. Valladolid |
Se hacía tarde. Después del descendimiento, después de que María abrazase por última vez a su hijo muerto, después de que San Juan le pidiese a la Virgen que acabase con su inútil penar y después de que ella se resistiese a abandonarlo definitivamente, el cuerpo de Cristo se depositó sobre un lienzo de lino y comenzó el embalsamamiento.
|
José de Arimatea. Detalle del Sº Entierro. Madera policromada. Juan de Juni |
Cristo es un Laoconte horizontal e inmóvíl, con cabellos rizados y largos, barba poblada y con una anatomía poderosa y perfecta. Se ha secado la sangre de la herida en el costado y de los clavos de las manos y los pies. Su rostro tiene la paz de los difuntos. Ya ha pasado la pasión, para él ya ha acabado todo... A los pies y aún erguida, la hermosa María Magdalena sigue como hipnotizada por su cuerpo. Le quería, eso está claro, le quería como quieren las mujeres a los hombres, le quería con la fuerza de su alma femenina. Ella estaba enamorada y una mano se le iba hacia los pies para tocarlo una vez más, mientras la otra mostraba el frasco de perfumes. Llena de inmensa ternura, imagina todavía que ese cuerpo tiene vida, para engañar al dolor... Nicodemo está a su lado, sentado en un taburete y dispuesto a comenzar el trabajo. Su gesto es el de quien comenta, mientras sube una jarra desde el suelo con el agua que serviría para lavar el cadáver... Del del otro lado, a la cabeza, la anciana María Cleofás se ha agachado para quitarle la corona de espinas y luego se ha levantado con ella y se ha quejado en voz alta de los chistes de la chusma. Su rostro está demacrado y da muestras de cansancio. Ella ha llorado mucho por la rabia acumulada aquel día de tragedia y tiene el brazo levantado con el paño humedecido por sus lágrimas... El último de los personajes, el que está delante de la anciana, es José de Arimatea, el rico judío que ha conseguido de Pilatos el cuerpo del muerto. Su rostro es el de la tristeza. Sus ojos están nublados por las lágrimas. Él nos mira y nos enseña una afilada espina que acaba de sacar de la frente de Cristo. Aunque es un hombre pequeño, es casi de nuestro tamaño. Tiene las profundas arrugas que el tiempo sabe labrar en las frentes trabajadas por la vida y unos carrillos blandos que comienzan a caer como bolsas pesadas a ambos lados de su cara. Viste como un gran señor. Está agachado, con las piernas aún dobladas y se vuelve hacia nosotros. Nos habla con su mirada. El alma le sangra a raudales. Me dan ganas de abrazarlo. Es tan cierta su tristeza, que siempre me quedo mirando...
No hay comentarios:
Publicar un comentario