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El carnaval del arlequín. Joan Miró. 1925. Óleo en lienzo. 66 por 93 cm. Colección Allbright-Knox Art Gallery. Búffallo. |
Enfrentarse con la "El Carnaval de Arlequín" de Juan Miró es para mi un contradictorio ejercicio porque las obras surrealistas rompen la lógica de la relación obra-contemplador por la componente irracionalista de su contenido. Por eso, para acercarnos al sentido de las obras surrealistas habría que partir del conocimiento previo de lo que fue este movimiento cultural creado en Francia en los años veinte, en torno a poetas como Bretón, que pretendía conferir cierta coherencia intelectual al anarquismo Dadá, gracias a la aplicación de la teoría del psicoanálisis de Freud. En él se promocionaron métodos literarios y artísticos automáticos, irreflexivos, que hacían aflorar un inconsciente lúdico u onírico. En este grupo militarán los pintores españoles Dalí y Miró, cuya obra se suele oponer por la adscripción monárquica y derechista del popular “Avida Dollars” (anagrama de Salvador Dalí), y porque los rasgos figurativos y clasicistas de su obra se oponen a la adscripción republicana de Miró y a su carácter abstracto, a partir de los años treinta. El poeta García Lorca y el cineasta Buñuel también formaron parte del movimiento surrealista.
La obra que estamos contemplando corresponde justo al momento en que Miró empieza a abandonar la figuración, en 1924. Con su obra obtiene muy buenas críticas, hasta el punto de que Bretón dirá de su autor que "es el más surrealista de los participantes en la exposición". Esto nos dice Miró sobre su obra:
Lo pinté en el taller de la rue Blomet. Mis amigos de aquel entonces eran los surrealistas. Intenté plasmar las alucinaciones que producía el hambre que pasaba. No es que pintara lo que veía en sueños, como propugnaban entonces Bretón y los suyos, sino que el hambre me provocaba una especie de trance, parecido al que experimentan los orientales. Entonces realizaba dibujos preparatorios del plan general de la obra, para saber en qué sitio debía colocar cada cosa. Después de haber meditado mucho lo que me proponía hacer, comencé a pintar y, sobre la marcha introducía todos los cambios que creía convenientes. Reconozco que El Bosco me interesaba mucho, pero no pensaba en él cuando trabajaba en “El carnaval”.
En la tela aparecen ya elementos que se repetirán después en otras obras: la escalera que es la huida y la evasión, pero también la elevación, los animales y sobre todo los insectos, que siempre me han interesado mucho. La esfera oscura que aparece a la derecha es una representación del globo terráqueo, pues me obsesionaba ya una idea: “¡Tengo que conquistar el mundo!”. El gato, que lo tenía siempre junto a mi cuando pintaba. El triángulo negro que aparece en la ventana representa a la torre Eiffel. Trataba de profundizar el lado mágico de las cosas. Por ejemplo, la coliflor tiene una vida secreta y eso era lo que a mi me interesaba y no su aspecto exterior. Durante ese año frecuenté mucho la compañía de poetas, porque pensaba que era necesario ir más allá del “hecho plástico” para alcanzar la poesía”.
Además, el título del cuadro, incluye información suplementaria: ¿Qué relación hay entre Carnaval y Arlequín? Veamos. Arlequín es un personaje con máscara y la máscara es lo propio del carnaval. Arlequín es un personaje de la comedia del Arte que es famoso por vestir remiendos triangulares y por ser un personaje cómico y pobre, que se opone a Pierrot. Su popularidad en aquel tiempo tenía que ver con Picasso, que lo había representado muchas veces, pero además, en este caso, por su pobreza, expresa de forma lírica el hambre que pasaba el autor en aquel tiempo. Arlequín, además, es joven y su máscara tiene ojos de gato y nariz corta, lo que permitiría una posible identificación por semejanza con el pintor mallorquín. El carnaval es una vieja tradición cristiana, una fiesta que precede a la dura cuaresma en la que es lícita la transgresión, que es la base del Dadá y del surrealismo. El carnaval, la fiesta de máscaras, de disfraces, libera lo más profundo, lo más reprimido del hombre. De ahí el interés de un surrealista por el carnaval. Ahora bien ¿cuales son las represiones liberadas en el cuadro? Para contestar, ahora sí, miremos la obra de Miró.
Estamos en una habitación con una pequeña ventana en la que aparece un triángulo negro (la Torre Eiffel). En ella hay multitud de seres y de objetos simbólicos representados de forma simplificada y con colores puros (fíjate que para las sombras emplea siempre el gris oscuro), en especial el azul y el rojo. Algunos animales pueden aludir a la comida (gallo, pez), aunque la referencia más explícita al hambre es el hueco en el centro de la guitarra que luce Arlequín a modo de cuerpo. Por cierto que éste tiene bigote, perilla, una larga pipa, un gorro, una especie de antena lateral sobre la cabeza, y una expresión de enfado o de desagrado que es coherente con el hambre. Los gatos, disfrazados y enlazados por un ovillo, nos hablan del juego, como el dado. La serpiente o las lombrices nos remiten más bien al pecado y al sexo, por el juego de lo cóncavo convexo, que también se produce en el pájaro-flor azul de la derecha de Arlequín. Las distintas esferas y cilindros, y los ojos carnosos como labios, podrían ser también referencias de contenido sexual. Además está la música, las estrellas y las lunas (el mundo de los deseos), las arañas, la bandera, que para unos es una señera (Miró es mallorquín) y para otros es la de España (nacionalismo), y hay, finalmente, una mesa, una escalera con oreja, varios insectos, una escuadra y, arriba del todo, goteras. En resumen una panoplia de objetos inconexos, cuyo sentido se nos escapa, pero representa en alto grado su vida cotidiana.
Sin embargo, el cuadro, y sobre todo su composición y su color están muy bien pensados y compensados. Miró nos da a entender que ese ha sido su mayor trabajo. En cuanto que surrealista, por lo tanto, hay que contar con un cierto automatismo psicológico en su proceso y asumir el capricho de su irracionalismo. Eso a veces nos cuesta y a veces nos encanta, es más a algunos la incoherencia del mensaje les hace pensar que el arte contemporáneo es un engaño. Sin embargo, no se debe olvidar que, además de lo significativo, en el arte está el aspecto material y el formal, que como dijo Magritte en "Esto no es una pipa", un cuadro es sólo un cuadro y no lo que representa, que lo representado puede estar bien o mal y que la obra de arte siempre va más allá de lo que piensa o pretende el artista, porque los símbolos y los significados de las cosas cambian y las obras son capaces de decirnos cosas nuevas cada día, si sabemos preguntarles.
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