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Santo Entierro. Michelángelo Merisi, el Caravaggio. 1602- 04. Óleo sobre lienzo. 3 por 2 m. Museos Vaticanos. Roma.. |
Se me acusa de ser violento y lo soy. Pero estoy moralmente justificado. No puedo soportar que las cosas sean como son, que el mundo sea tan injusto y que el arte sea tan artificial. La ambición de la belleza de los pintores que me han precedido es una falacia. Los que hablan de proporciones y de serenidad, no saben nada de la vida, que es la base del arte, su única verdad. Por acercarme a esa vida me he hecho famoso y he alcanzado un cierto éxito, por mirar hacia la naturaleza, hacia la realidad de las cosas y de las figuras. Yo he escandalizado por representar a la Virgen con el rostro de una anciana ahogada en el Tiber y a los santos y a los ángeles como si fueran mendigos. Pero aunque haya actuado contra la costumbre, he seguido como nadie el sentido de las actas del último gran Concilio, el Concilio de Trento, y he acercado el misterio religioso a la gente, mucho más que cualquiera de los que me critican.
También me ha hecho famoso el tratamiento que doy a la luz. Mi luz es intensa y direccionada, ilumina con la fuerza del fuego a las figuras principales y a sus gestos expresivos, y reduce a la penumbra a las figuras secundarias y a las tinieblas el fondo. Por eso me dicen tenebrista. El problema derivado es que así no se puede utilizar la arquitectura como medio de fijar puntos de fuga, es decir, sin arquitectura de fondo no hay pirámide visual, no hay perspectiva lineal. Para solucionarlo utilizo un modelado muy duro, por claroscuro, que se complace en las sombras de las arrugas de los santos, y multiplico los escorzos. Además, dispongo a las figuras en diagonal, en una línea que permite que se vayan asomando en profundidad de izquierda a derecha o a la inversa.
Mis figuras también sufren o se alegran, son hombres y mujeres, no dioses idealizados. Lo podéis ver aquí en el Santo Entierro. Son los mismos personajes que nos da la tradición en torno a Cristo: El de delante es José de Arimatea y San Juan es el de atrás. A los dos los he vestido como vagabundos. Nada de galas, en sus caras mucho esfuerzo... En medio, las tres Marías, quejándose de la muerte, como hacen las mujeres, porque ellas saben más lo que es vivir. Nada nuevo en cuanto al tema ni tampoco en la forma de expresar el dolor. Pero creo que resulta interesante darse cuenta de que las figuras están vistas desde abajo. Nosotros estamos mirando desde la altura de la tapa de la tumba. Así todos los personajes nos parecen más grandes, así nuestra mirada se asemeja a la de un niño, una mirada ingenua, sin prejuicios, una mirada verdadera que engrandece a la intensa realidad, que es la razón de ser de mi pintura.
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