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Friso de los arqueros persas. Anónimo. Procedente de Susa. Hacia el 510 a C. Cerámica vidriada. Museo del Louvre. |
Las primeras civilizaciones de las ciudades mesopotámicas y egipcias, indúes y chinas, surgen en torno a grandes ríos en donde se realizaba una agricultura de regadío, en ciudades estado gobernadas por autócratas tiranos que hacen obras públicas (canales, sobre todo, pero también templos y tumbas), inventan la escritura y crean grandes imperios y un tipo de arte propagándistico, cuyo objetivo más práctico es el de atemorizar a los pueblos de las regiones cercanas. Por eso su representación más común es la de soldados uniformados, repetidos de forma múltiple. Es la composición en desfile, que se puede ver en los azulejos del famoso friso de los arqueros persas del Museo del Louvre.
La acumulación de riquezas de los primeros imperios despertó pronto el interés de civilizaciones marítimas que las surtieron de materias primas y de preciosas baratijas de cerámica y vidrio. Estas nuevas civilizaciones (cretenses, fenicios, griegos, romanos) pusieron en contacto al resto del mundo con los citados imperios de regantes y acabaron por dominarlos, gracias a su nueva cultura. ¿Cuáles fueron los rasgos de estas nuevas culturas? Podemos verlos comparando a los arqueros con la obra de aquí abajo. Se trata de un pequeño trozo de la Procesión de las Panateneas, que es un largo (se conservan más de 160 m de longitud) relieve en mármol, de un metro de alto, realizado para la decoración de la parte superior del muro exterior de la cella o naos del Partenón. Atenas, que acababa de derrotar a los persas en Salamina, era también una ciudad estado y también se estaba haciendo propaganda con la obra. Además, los griegos seguían el camino del pueblo derrotado en el sentido de que representaban unicamente figuras humanas y en que los rostros, los peinados, el canon y la expresión de gesto solemne y sereno (apenas lo vemos aquí), se parecen entre sí casi tanto como en la uniforme representación mesopotámica.
Sin embargo, qué diferente es el tema. Antes era un desfile militar y ahora es una procesión. Una celebración religiosa, un tributo anual colectivo a su diosa patrona. Antes era una manifestación de fuerza ahora es un himno de amor a lo propio. También desfilan en orden, pero ahora ya no hay armas, lo que hay, sobre todo, son mujeres. Mujeres que visten el vestido ceremonial, el peplos, y que se disponen ordenadamente en filas de a dos. Mujeres jóvenes, vírgenes hermosas que dedican parte de su vida al culto de Atenea. Son las Ergastinas, las que tejen la ofrenda, el peplos de la diosa. A su lado hay hombres que están intercalados. Son los arcontes, magistrados elegidos con su himatión festivo, que parecen regular el tráfico de la procesión, que incluso rompen su ritmo. Si nos acercamos más, veremos más diferencias. Frente a la uniformidad del desfile persa, la procesión griega es diversa. Frente a lo convencional y repetitivo de los arqueros, todos ellos de perfil, las figuras griegas están unas de perfil (mujeres), y otras (los hombres) tienen el tronco de frente y las piernas y el rostro, de perfil. Además, en la disposición de cada uno de los pares de ergastinas, se superpone el perfil de una al de la otra para darnos sugestión de profundidad. Y es que se busca la variedad, la individualidad. Fijaos en cómo se modifican las posiciones de las manos o la forma en que caen los pliegues, fijaos en la actitud de los arcontes o en la posición de los caballos en otra de las partes del friso. Es la procesión anual, el día de la fiesta, de una ciudad de hombres y mujeres con nombres y apellidos. Incluso sabemos el nombre de su autor, Fidias, que era amigo de Pericles, el mandamás de aquella democracia que creó las raíces de nuestra cultura occidental, esa cultura que hoy decimos racional, en la que somos ciudadanos y no súbditos.
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Procesión de las Panateneas. Fidias. 1,01 m de alto. Mármol. 447-432 a C. Museo del Louvre. |
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