La escuela de Atenas. Rafael Sanzio de Urbino. Fresco 770 cm . 1509-10. Stanza della Segnatura. Palacio Vaticano. |
Construido el espacio, comienza lo más importante: La representación de la figura humana. El hombre es la medida de todas las cosas. Pues bien, en torno a Platón y Aristóteles, diseña figuras, múltiples y variadas, distribuídas en grupos, proporcionados en su tamaño, con arreglo a los diferentes planos de profundidad, y con escorzos frecuentes. Luego las modela con luz clara y uniforme, con un claroscuro convincente, dejándose influir por el dominio del dibujo y por la masa abundante y la sugerencia de movimiento, propias del Miguel Ángel pintor del techo de la Sixtina. Rafael, siguiendo su propio gusto, buscará como Leonardo actitudes espontáneas, aunque siempre más serenas, siguiendo el principio estético que orienta todos sus cuadros: El principio del equilibrio compositivo. La distribución de las figuras permite transmitir la idea de orden y de jerarquía, la que concede la posición preferente (el centro) a los dos protagonistas. Uno, Platón, que representa a filosofía especulativa, y que señala el cielo con su mano, manifestando idealismo. El otro, Aristóteles, que representa la filosofía práctica de las ciencias humanas, y señala hacia abajo, hacia la tierra. Una composición que distribuye junto a ellos a muchos personajes secundarios que se acumulan en grupos que se equilibran entre sí en número, en volumen y en color. Entre ellos hay filósofos como el hedonista Epicuro con su cabeza aureolada de pámpanos, el cínico Diógenes, tumbado y semidesnudo, el mayeútico Sócrates conversando con Alcibiades, Averroes (con turbante) contemplando a Parménides, que da la espalda a Heráclito. También hay científicos (astrónomos como Zoroastro, geómetras como Pitágoras o como Euclides) y hay quien escribe poemas como Miguel Ángel-Heráclito. Y además, dos inquietantes figuras que miran al espectador: El autorretrato de Rafael (Apeles?) a la izquierda y la única mujer, Hipatia de Alejandría (o Francesco de la Rovere, sobrino del papa, y acompañante de Rafael?). La última figura en ser añadida, al parecer, es la de Heráclito-Miguel Ángel, en el primer plano, que incluye una postura semejante a las de uno de los profetas de la bóveda de la Sixtina.
A pesar del gran cuidado con el que describe la masa y la mímica de los personajes, a pesar de la coherencia temática de la síntesis entre el pasado clásico y el presente humanista, que consigue retratando a personajes de su mundo que representan el papel de los sabios de la antigüedad (Platón-Leonardo, Bramante-Euclides, Heráclito-Miguel Ángel), lo que más atrapa nuestro ánimo es el equilibrio de la composición. Es este equilibrio el que expresa la armonía racional de todo el conjunto y convierte a la obra en ejemplo de orden y claridad intelectual, en el ideal pictórico de la pintura renacentista hacia el que se debe tender. Un equilibrio entre los grupos de figuras dentro de un espacio clásico, riguroso y convincente, que resulta de la contraposición de masas y de movimientos de cada uno de los grupos, de sus actitudes naturales, sin tensión, que concuerdan con lo que representan, y que han sido diseñadas con la máxima corrección de dibujo y de canon (con excepción, quizás, de ese último, extraño y grande, Heráclito-Miguel Ángel, que es muestra de su admiración por el escultor y, tal vez, el único error de la representación).
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