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Impresión, sol naciente. Claude Monet. 1872. Óleo sobre lienzo. 48 por 63 cm. Museo Marmotin. París
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Este es un pequeño cuadro con mucha bibliografía. Un cuadro importante en la historia que es, en realidad, tan sólo un boceto. Un apunte para una marina con un puerto al fondo, chimeneas humeantes, muelles con grúas, los palos borrosos de un barco de vela, el sol naciente y su reflejo en el agua por donde navegan dos botes a contraluz. Un gran boceto, firmado en el 72, que da nombre al movimiento pictórico más importante de la modernidad: el impresionismo. De la obra nos dice su autor: Claude Monet:
“El paisaje no es otra cosa que una impresión, una impresión instantánea, de ahí el título, una impresión que me dio. He reproducido una impresión en le Havre, desde mi ventana, sol en la niebla y unas pocas siluetas de botes destacándose en el fondo… Me preguntaron por un título para el catálogo, no podía realmente ser una vista de Le Havre y dije `pongan impresión´”
Quien le preguntaba, al parecer, era un hermano de Renoir, y la pregunta venía a cuento porque se estaba realizando el catálogo de una exposición: La primera exposición de unos pintores rechazados en el Salón y reunidos en el Boulevard des Capucines, de París, en la sala del fotógrafo Nadar, en 1874. Estos pintores, que todavía no tienen nombre como movimiento pictórico y que son jóvenes y desconocidos, eran partidarios de un realismo óptico total. Había que pintar lo que se veía. Y lo que se veía no eran formas (dibujo), sino la transformación de la forma de las cosas por la luz (color). Pintar era poner color, color puro, y captar la luz cambiante, la luz fugaz sobre las cosas. En esto, Monet era el mejor. Escuchen lo que decía de él, su amigo el pintor Paul Cezanne:
"Monet es el "ojo cabrón", el maravilloso ojo, de acuerdo con su pintura. Yo me quito el sombrero ante él. Es el mejor Impresionista. Es el "ojo" único, la mano única, el único al que obedece el crepúsculo con sus diáfanos matices y sus colores bien ajustados, sin que, en cambio, sus cuadros parezcan obedecer a un método".
Tal vez, lo que quería decir Cezanne es algo parecido a lo que ha descubierto recientemente la Doctora Margaret Livingstone, neuróloga de la Universidad de Harvard. Que Monet pinta con la misma intensidad lumínica el cielo y el sol. Para demostrarlo los ha medido con un fotómetro, de manera que "Si se hace una copia en blanco y negro del cuadro, el sol desaparece". Eso es intuición lumínica, ¿no?
En todo caso lo importante es entender que todo esto fue posible por la ruptura con el proceso artesanal de fabricación de la pintura, gracias a la invención de los pomos, que permitían la pintura al aire libre (plain aire) y la intuición directa del paisaje (que es la temática básica de los nuevos pintores, que siguen la estela de la escuela de paisajistas de Barbizon, -y la de Turner, en el caso especial de Monet, ya que éste pudo apreciar la espléndida pincelada suelta del artista en Londres, cuando escapa de Francia en 1870, huyendo de la guerra Franco-prusiana-).
Para terminar os contaré que la exposición de 1874 tiene bastante éxito. Las críticas, en general, no fueron malas, aunque hay una de entre las que sí que lo fueron que resulta especialmente destacable. La hace un tal Louis Leroy, para el periódico "El Charivari", y enseguida salta a la fama. Con mucha ironía, dice:
"Impresión... No me cabe duda. Me decía a mí mismo que, como estaba impresionado, debía haber alguna impresión allí... Y qué libertad, que fácil artesanía. El empapelado en su estado mas embrionario tiene mas terminación que este paisaje marino".
Y ¿por qué salta a la fama? Por una sencilla razón. El crítico pretendía atacar a Monet, que había llamado "impresión" a su pequeña obra, acusando a su pintura de abocetada o inacabada... Pero con ello estaba haciendo algo más. Estaba poniendo nombre a todo el movimiento. El término despectivo que surgirá de su artículo es el de Impresionismo, un término que servirá de banderín de enganche a la nueva vanguardia, la que practica el verdadero realismo de la luz. Los impresionistas se transforman así en los nuevos revolucionarios de la pintura, en un momento de especial miedo a la revolución, porque la Comuna de París (1872), no lo olvidemos, estaba aún muy reciente.
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