Dicen que el mallorquín Miquel Barceló es el pintor joven español más cotizado del tiempo que ha transcurrido del siglo XXI. Su obra más conocida por su elevado coste (20 millones de euros) es la cúpula de La Unesco, pero yo me voy a referir ahora a la decoración de la capilla del Santísimo de la Catedral de Palma de Mallorca, que es, por cierto, una espléndida catedral gótica del siglo XIV.
Pues bien, después de firmar un contrato en el que se conseguía acordar a la Universidad y al cabildo de la catedral, Barceló culminó esta obra en el 2007. En resumen os diré que, utilizando su estilo expresionista y muy matérico, ideó una piel cerámica llena de líneas de rotura que producen una sensación de lamentable deterioro sobre un muro en el que constaban referencias a los alimentos de la tierra y del mar, cuyos colores dominan. Hay además un bajorelieve de un cuerpo humano desnudo, sobre el sagrario dorado, distintas huellas humanas y unas cuantas calaveras. El conjunto, según el artista, se refiere al milagro de los panes y los peces. Además, las ventanas resultan casi cegadas por unos ventanales muy oscuros que Barceló se empeña en incluir a pesar de no contar con una aprobación explícita al respecto de la iglesia. Según él explica, con ellos se alude a las algas y a los alimentos del fondo de los mares.
La obra viene siendo muy discutida entre los votantes de la izquierda, que defienden a Barceló como si fuera una verdad de fe, exhibiendo su prestigio y explicando lo aprendido en sus abundantes apariciones en el Semanal del País, y los votantes de derecha que lo atacan demostrando una gran desolación. En el debate se mezclan sus discutibles resultados con las declaraciones del artista, que se declara no creyente y que, sin embargo, ha querido hacer la obra en un lugar significativo de la catedral.
En mi juicio he querido escapar a la disyuntiva ideológica a la que nos intenta arrastrar Barceló. En primer lugar querría decir que la idea del sacrilegio puede producir excelentes obras de arte. Un ejemplo de ello son a mi modo de ver los panes ázimos de Piero Manzoni, que se pueden contemplar en este blog... Sin embargo, tengo que precisar. Barceló no pretende aquí llegar tan lejos. Lo único que pretende, creo, es recordar que los pobres tienen hambre y que Cristo dio de comer a todos, algo que forma parte del mensaje evangélico. El artista, por lo tanto, no se enfrenta con la iglesia, pero sí se enfrenta con la misma catedral como edificio, y en eso no puedo apoyarle. Esos vitrales oscuros y esas formas suyas se olvidan del sentido ascensional del gótico y de lo que significa la luz. De eso resulta una auténtica chapuza. Su mensaje eucarístico de alimentos marinos y terrestres resulta oscuro y negativo, y se opone al lugar resplandeciente en el que se sitúa. Un artista debe saber dominar el medio en el que se inscribe su obra o bien adaptarse a él. Pues bien, Barceló ni domina ni, por supuesto, se adapta. Por eso, a mi modo de ver, su obra es también un sacrilegio, pero no un sacrilegio religioso y sí un sacrilegio artístico, cuya víctima es el gótico.
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