relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

Capilla Scrovegni

La huida a Egipto. Giotto. Fresco sobre muro. 200 x 185 cm, 1304-1306. capilla Scrovegni. Padua.
Lamentación ante el cuerpo de Cristo, Giotto. Fresco. 1304-1306. capilla Scrovegni. Padua. 
El banquero Scrovegni me ha pedido que decore con frescos toda la superficie interna de la capilla. Ya lo he hecho. He pintado con verdad las historias de los evangelios. Intento sugerir profundidad. Para eso uso una perspectiva alta, la llamada perspectiva caballera, porque se sitúa a la altura en la que miran los señores, sentados sobre el lomo de sus caballos. Ello hace que la línea de horizonte suela estar en el tercio superior de los recuadros, lo que hace necesario incluir tras las figuras un fondo de paisaje esquemático, que no tiene más interés que hacer creíble su volumen. Reservo siempre el centro para los protagonistas de la historia y dispongo alrededor a las figuras secundarias, cuidando de que alguna de ellas, en el primer plano, se ponga como en escorzo, y hago lo mismo en el último, en el que, por cierto, me gusta mucho poner ángeles. Luego intento modelar a las figuras con un claroscuro riguroso para que nos den sensación de volumen, lo que implica preparar al menos tres tonos de cada color y aplicarlos a partir de la dirección inequívoca de la luz. Con este quehacer me olvido de algunas herencias recibidas como ese antiguo color dorado de los fondos o como el artificial alargamiento de las figuras y el juego decorativo de los pliegues. Lo importante para mi es la humanización verdadera de los personajes evangélicos, conforme al sentimiento burgués de las ciudades, conforme a la espiritualidad de San Francisco y a la doctrina escolástica de los dominicos de París. Mis figuras son anchas y están distribuidas de forma ordenada sobra la superficie de la representación y sufren o disfrutan de la vida como los hombres y mujeres que me inspiran lo que sienten. Son figuras dignas que rompen con las convenciones de todo el arte anterior para intentar parecer tan humanas como cada uno de nosotros. Y es que Dios no está en los libros, ni en las pinturas de iglesia. Dios está en la caridad y en el amor por los otros. Para salvarnos, por tanto, yo pinto lo que veo. Me enorgullezco de ello. Sin embargo me arrepiento del ahorro en lapislázuli y de pintar el azul del manto de la virgen con un "fresco a secco" que se descascarilla con facilidad. Si el "buon fresco" y las "giornatas" son la virtud de estas pinturas, el retoque en secco fresco es un pecado evidente. Los pecados hacen mella en las pinturas y merecen penitencia.
El beso de Judas, Giotto. Fresco sobre muro. 200 x 185 cm, 1304-1306. capilla Scrovegni. Padua.

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