relatos con arte

Lo que sigue es un intento de utilizar la ficción para motivar el aprendizaje de la Historia de Arte. Lo que sigue son pequeños relatos apócrifos, reflexiones, descripciones, cartas o poemas. Textos inventados siempre, pero inspirados en la historia, para mostrar los sentidos de las obras o adaptarlos a nosotros. En ellos se hace hablar al autor, a un personaje, a un crítico, a un mecenas, a un profesor o a un espectador que nos cuentan sus razones, su manera de ver, su sentimiento o su reflexión ante la imagen plástica. Se intenta llevar a los ojos a un nivel correcto de enfoque (que no pretende ser único o excluyente de otros, pero que sí se pretende interesante) y animar a la lectura de lo que se ve, o lo que es lo mismo, educar la mirada y disfrutar del conocimiento, concediendo al contenido, al fondo de las obras, un papel relevante que en nuestras clases, necesariamente formalistas, se suele marginar.

El milagro cotidiano de la luz

Vocación de San Mateo. Michelángelo Merisi, el Caravaggio. 1599-1601. Óleo sobre lienzo. 3,22 por 3,40 m. Capilla Contarelli. Iglesia de San Luis de los franceses. Roma
Cristo entra con San Pedro en la oficina del publicano Mateo y levanta su brazo señalándole. La luz sigue el gesto de Jesús y busca al rostro del que ha sido llamado. Mateo es rico, él trabaja para la hacienda pública, cobra impuestos para el César y maneja mucho dinero. Sobre la mesa brilla el oro de las monedas más allá del papel blanco del libro de registro. Mateo, sin embargo, va vestido con las ropas de las aristocráticas gentes de Roma en el tiempo de Caravaggio y no como vestían en la época de Cristo. Se pretende actualizar el mensaje, como aconsejó el concilio de Trento, para que el contemplador perciba que también a él se le llama, que la llamada de Cristo se produce más allá del tiempo. Mateo se da cuenta del asunto y se pregunta si es a él a quién se llama, y se enfrenta, sorprendido, con la luz y con el gesto de Cristo. ¿Es a mí? Son muchos los llamados y pocos los elegidos. Pero todos, cuando miren hacia Cristo, van a ser deslumbrados... Todos verán poco más que la silueta de Cristo, en contraluz, junto a la de San Pedro... Presumirán que Cristo es Cristo porque éste lleva una aureola disimulada sobre su cabeza y porque en la penumbra se ve cómo ambos van descalzos, lo mismo que los dioses clásicos. Verán que Cristo y la luz se funden, porque Cristo es luz y porque Cristo sigue siempre la dirección y el sentido de la luz. Una luz, por cierto, que no tiene nada de especial, una luz de atardecer, una luz sin filtros, sin truculencias, que no parece milagrosa, que no cambia el color ni alarga los objetos. Una luz normal, de media tarde, que nos llama.
Cuando los aristócratas de Roma miraron la Capilla Contarelli de San Luis de los Franceses se vieron a sí mismos y entendieron que la luz que inunda esa oficina en penumbra es la misma luz que la de las puertas y ventanas de la ciudad en el declinar de la tarde, la luz de las tabernas a la hora de la siesta... La vocación, por lo tanto, no es un rayo misterioso. Es un rayo tan común que es igual que la luz de cada día. El milagro que convence a San Mateo está en la misma naturaleza de la luz.

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