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Museo del Prado, Madrid, Juan de Villanueva, 1786 |
En la segunda mitad del siglo XVIII, en Roma, Juan de Villanueva vive ese afán clasicista del fundador de la historia del arte, Winkelmann, y su admiración por las ruinas griegas y romanas. A su vuelta a España entra en el círculo de los ilustrados, de los amantes de la razón que se enfrentan con la fe teológica de la iglesia. Frente al arte sometido a la demanda de las órdenes religiosas de los conventos, que en el siglo XVIII se sigue desenvolviendo en ese barroco recargado que unos llaman Churrigueresco y otros Rococó, él defenderá un arte sometido a la razón de los órdenes y módulos clásicos y a la demanda de nuestro gran monarca ilustrado, Carlos III, y de su familia. Esto le llevará al Escorial, primero, y luego a Madrid, en donde proyecta en 1786, siguiendo la voluntad del Ministro Floridablanca, el gabinete de Ciencias Naturales, actual Museo del Prado, en el nuevo Paseo, diseñado por Ventura Rodríguez, entre Atocha y la Cibeles.
El edificio, situado al lado del Jardín Botánico, en el que también trabaja Juan de Villanueva, destaca por su horizontalidad, por la mezcla de materiales (piedra y ladrillo) y por el uso de un orden gigante en la fachada hexástila de estilo dórico-toscano, en contigüidad con el orden jónico de la galería del segundo piso. Además hay en el interior, cúpulas y bóvedas de cañón con lunetos, decoradas con casetones, y arcos de medio punto y más columnas jónicas, que atestiguan la influencia del renacimiento y de los clásicos.
Destaca también, por su función nueva, casi deconocida, de museo, de templo de la cultura, lo que manifiesta una fe en el progreso muy propia de la ilustración, y por la racionalidad de su distribución interna, que acumula los espacios expositivos en las habitaciones traseras, mientras reserva la línea de la fachada al Paseo del Prado para el espacio elemental de relación, ese que se compone de unas largas galerías superpuestas, a las que se suma la rotonda y el patio circular, que son los centros geométricos del cuadrado de los dos pabellones Norte y Sur.
En el centro del edificio, tras la fachada de la puerta de Velázquez, que se adelanta al conjunto, hay una pequeña pronaos que da acceso al arranque de la gran galería y a una gran sala posterior, rematada en forma de ábside, que nos avisa de que estamos en el templo de la cultura. Un templo hexástilo, con seis columnas como las seis letras del nombre del rey Carlos III, el rey que impulsa las reformas.
Para distanciarse de las apoteósis barrocas de sus antecesores, los déspotas ilustrados construyen edificios para el pueblo inspirados en la armonía del idealismo clásico. Cultura y progreso para el pueblo bajo el signo de la razón y el equilibrio.