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Venus de Milo. 130-100 aC. Mármol.211cm. Mº Louvre |
Existe una vieja historia que cuenta por qué la Venus de Milo no tuvo jamás brazos. Dicen que su autor, una especie de Pigmalión en la época helenística, se enamoró de su estatua a medida que trabajaba en ella. Un día, cuando a Afrodita tan sólo le faltaban los dos brazos para darse por finalizada, sus plegarias hicieron mella en el mármol que se transformó en blanda carne. Dicen que el escultor se colgó de un pezón de la diosa con tal pasión y acierto que la diosa respondió abrazándole con la fuerza inmisericorde de la piedra. De resultas de un amor tan violento, el artista murió ahogado por el único muñón de Venus y la obra quedó inconclusa.
Otra historia justifica la doble amputación por el temor de los hombres, y es que existe una leyenda que explica que, cuando la
mano de la Venus señalaba a un varón, éste se enamoraba de
ella sin que nada se pudiera hacer para evitarlo. Según otros, la razón estaba asociada al odio de las perdedoras, Atenea y Hera, en el Juicio de París. Dicen que ambas, avergonzadas, usaron de su poder para ocultar su derrota, por eso, desde entonces, buscaron y escondieron el signo de ésta, la manzana de oro, que era el premio que había obtenido Afrodita-Venus en el mítico concurso de belleza. De ahí se derivaría la pérdida de la mano o del brazo que la sostenía.
Sin embargo, estas historias múltiples no han sido motivo suficiente como para que haya muchas otras Venus mancas, lo que viene a decir
que cada una de las hipótesis anteriores no son más que
cuentos verosímiles, como los que yo practico aquí, para explicar la configuración de lo visible.
Además, estas historias reflejan la importancia de esta Venus, que es la Venus
de las Venus, el símbolo más refulgente del arte griego antiguo, por su rostro ensimismado y sereno en un cuerpo canónico, y por el dinamismo sensible de su helenismo, en el que el erotismo sugerente del desnudo juega a desvelar el vientre y el arranque del trasero de la diosa sobre los paños mojados que caen sobre sus piernas.
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Venus de Milo. 130-100 aC. 211cm. Mº Louvre |
Más allá de lo que sugieren estos cuentos, lo único que sabemos en realidad es una historia en la que resulta francamente difícil separar la verdad de la leyenda. No sabemos nada de su autor ni de
la función de la obra, solo sabemos que un campesino, llamado
Yorgos Kendrotás, hacia 1819-20, la encontró enterrada
en el suelo y partida en dos cachos, y que desenterró una parte
para ofrecérsela a los turcos y a un intermediario francés.
Los franceses consiguieron hacerse con ella en un
momento histórico, el de la Restauración, en el que los
postulados optimistas y racionalistas del neoclasicismo convivían
con los pesimistas y revolucionarios cantos políticos de los
románticos. Es difícil asegurar, como hacen algunos, que
los brazos se quedaron enterrados en la isla de Melos o Milo (como
argumentan los que recuerdan la demanda de Turquía ante el Ministerio de cultura francés, dirigido por Malraux, en 1960 para conseguir su devolución) o
hundidos en el fondo del Egeo, (si atendemos a los que nos cuentan el
arriesgado viaje de salida de Melos de la Venus en el que hubo
persecución y abordaje). Sabemos, eso sí, que en París se restaura
antes de que Luis XVIII la contemple y antes de instalarse en el
Louvre. La instalación es un acierto porque resalta esa
preocupación del autor por diferenciar las texturas pulidas y
blandas del cuerpo de los pliegues salientes de paños mojados
y muestra el movimiento controlado helicoidal que nace de su pierna
elevada y acaba en el rostro sereno de la diosa. Sin embargo nadie
nos cuenta nada sobre la posibilidad de haberla puesto brazos. Esto,
que hoy sería una barbaridad, entonces hubiera sido normal, la restauración natural ante una escultura
incompleta y desconocida. Si recordamos cómo Miguel Ángel
aconseja disponer el brazo que faltaba al Laoconte (ese brazo que no hace mucho que se recuperó en un anticuario) o que la Victoria
de Samotracia, pocos años después (1864-1884), incluye la adición
de un ala simétrica a la que había llegado de Grecia,
entenderemos que algo desconocido les detuvo. Ese algo que dejó
mancas a la Venus y a la Victoria fue, tal vez, esa fuerza que destaca sus respectivos movimientos firmes y
seguros hacia delante. Esa fuerza que es común al estilo dinámico y confiado de las bellas maniquís de las pasarelas de la alta costura. Esa fuerza sin nombre
y sin fecha que tiene ya casi dos siglos de permanencia en París y que nos ha hecho acostumbrarnos de tal forma a la evidente falta de miembros superiores que a muchos nos costaría
entender la lógica de la compasión que sienten algunos
niños al verla.
-Papá- me preguntó mi
hijita- ¿por qué esa mujer no tiene brazos?