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La Venus del espejo. Velázquez. 1647-51. Óleo sobre lienzo. 122,5 por 177 cm. Galería Nacional de Londres |
Desde que vi el Matrimonio Arnolfini de Van Eyck me obsesionan los espejos. Los espejos representan la verdad, por eso suelen encerrar la clave de la pintura, la llave que explica el sentido, lo que permite interpretarla. Una obra de arte no es sólo lo que se representa. Una obra de arte es una reflexión. Para demostrarlo, también, hice esta obra.
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Venus y la música. Tiziano. Óleo lienzo. Museo del Prado. Madrid. |
Me esmeré en ese color ambiente, que tan bien usó Tiziano y en la transición matizada desde los cálidos rojos hasta los grises y blancos de las sábanas, a través de las rosas carnaciones. Tiziano no sólo me interesaba como pintor, también su reflexión se aproximaba al contenido de mi pensamiento, cuando en sus alegorías representaba a los artistas contemplando sin recato el vientre de la diosa. Por eso representé a Venus, para hacer más evidente el ideal de la belleza, y para que no se la confundiera con una mujer hermosa, pinté a su lado a un Cupido. Cupido es un niño con alas que lleva en su espalda el carcaj de sus flechas amorosas y que está atado al espejo por una cinta. Cupido es el amor y él está preso de Venus que representa a la belleza. Decidí ocultar el rostro de la belleza. Por eso la puse de espaldas. La espalda es como el revés de la diosa. De este modo, ella no se muestra a las claras, como hizo Tiziano. De ese modo la belleza no se identifica, pues la identidad de cada uno está en el rostro. Miramos al espejo con la esperanza de encontrarnos con el rostro más hermoso y no vemos más que un eco difuminado de la belleza de la diosa. El reflejo es un eco falso, como lo es este cuadro que yo pinté. Un conjunto de colores sobre un lienzo, a la busca de la verdad y la belleza.
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