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Catedral de Chartres |
Reunidos los gremios de comerciantes y artesanos de esta ciudad, hemos decidido que el edificio ha de ser alto, lo más alto que sea posible. No repararemos en gastos. Nos costaron mucho las reliquias de los santos para la cripta, pero mereció la pena. Hoy toda la cristiandad sabe que nuestra catedral, la iglesia de nuestro obispo, aloja muchas y santas reliquias, y vendrán en peregrinación y comprarán en nuestro mercado, y verán en nuestras altas bóvedas y en nuestros altos chapiteles los ecos del cielo en la tierra. Para subir más arriba crearemos un armazón externo, adosado a las naves laterales, de contrafuertes y arbotantes que apuntalen la presión recibida de los nervios diagonales de cada una de las bóvedas de crucería que cubren el interior del templo. Sus nervios repiten una y mil veces el símbolo de la cruz. Su altura representa el cielo y permite que la luz de Dios se cuele por las vidrieras coloreadas.
Además, en la huella de la catedral sobre el suelo se verá también la cruz de Cristo y mostraremos a los santos, al infierno y al paraíso, en los tímpanos de la puertas, para que el mundo se convierta.
Cristo nos salvó en la cruz. Nuestra catedral servirá para salvarnos y nos mostrará el camino hacia el cielo. El camino que mostramos se basa en la razón de este esqueleto de piedra, un camino semejante a las ideas de ese grueso fraile dominico, a quien llaman Tomás de Aquino, que en París va presumiendo de que es capaz de demostrar que Dios existe. No hace falta escuchar a este fraile ni llegar a la Sorbona para eso. Basta con venir a Chartres, entrar en la Catedral y mirar hacia arriba...
Mira hacia arriba. Dios existe...
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