Cuentan que un faraón reunió una vez a todos los sabios de Egipto y les preguntó:
-Veo que el tiempo pasa para todos y que la gente se muere. Yo también he envejecido y presumo que también voy a morirme. Si me muero, ¿me enterrareis igual que a un hombre?
-Un faraón es un dios - le dijo el más sabio de los sabios- y no puede morirse. No se muere, aunque se muera el hombre que lo contiene. Por eso, su cuerpo será embalsamado y continuará viviendo en el más allá. Lo enterraremos ahí en el desierto, la tierra que el sol domina con sus rayos, y sobre él construiremos una gran pirámide.
- ¿Una pirámide? ¿Qué es eso? - dijo el faraón
-Es una forma geométrica que tiene forma de rayo de sol. De su vértice en el cielo, surgen sus caras triangulares, rigurosamente iguales y convergentes, que se adaptan por abajo al horizonte. El sol es el origen de la vida y vence cada día a la muerte en el amanecer. Para representar a la vida debemos de construir una pirámide.
-¿Y de dónde sacaremos los rayos para construir la pirámide?
-De las piedras del desierto. Ellas guardan el calor del sol y se tragan los rayos de las tormentas desde el origen del tiempo.
El faraón se quedó mirando reflexivo a la arena del desierto y supo que, finalmente, él también se moriría.
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